sábado, noviembre 04, 2006

OVNI en Miramar


Foto: El Rancho en Enero del 2006.


Raúl Sebastián, un amigo de mis padres, leyó el artículo en el diario. Agarró el teléfono y llamó a mi casa. -¿Tu papá está en Miramar?-, preguntó. Ante una respuesta positiva desde el otro lado, lo único que atinó a decir fue – Ah!! Con razón!!-

1988 recién comenzaba, y la moda de los globos aerostáticos se había impuesto en el núcleo de nuestra familia. Papá los hacía con papel barrilete, un mechero para que se inflen con aire caliente, y a volar.

Los veranos los pasábamos en el Rancho, en Miramar, la casa que hicieron mis abuelos maternos, y que toda nuestra familia ha sabido disfrutar. Una casa muy simple, con la típica estructura de un rancho, de forma alargada, la cocina de un lado, el baño del otro, y en el medio todas las habitaciones que dan a una misma galería con sus pisos y sus columnas de ladrillo a la vista.

No había plata para papel barrilete, y el furor de los globos seguía vigente. El material más barato era el papel de diario. Aunque no tan liviano como el otro papel, por lo que se requería un cambio de cálculo, y por lo tanto un cambio de tamaño en el prototipo.

En el almacén de Avenida del Mar y Los Aromos, pesaron unos cuantos diarios Clarín. Contaron las hojas, hicieron cuentas, sacaron medidas. Era posible que levantara vuelo, pero para eso, tenía que tener aproximadamente once metros cúbicos de aire caliente en su interior, y medir cerca de cuatro metros de altura.

Desde mis ojos de niña de cinco años, se pergeñaba algo enorme. Se unían hojas de papel de diario, que se extendían a lo largo de toda la galería del rancho, mientras iban tomando una forma elíptica, y el terrible monstruo empezaba a tener forma.

Tenía que haber viento hacia el mar. Si bien el plan sonaba extraño, algún gramo de cordura quedaba, y sabíamos que no podíamos arriesgarnos a provocar incendios en campos cercanos. Si la mole volaba unos 200 metros en dirección a la costa, ya no habría peligro de incendiar nada, pues a la hora de caer, caería sobre el agua.

Llegó el día, o mejor dicho la noche. Adrián, Esteban y Papá treparon al techo del rancho, el mechero se encendió, y el globo empezó a tener volumen. A papá tenían que agarrarlo, para que no se vuele. No importaba la rotura que tenía, se había rasgado el papel en una parte, el globo se inflaba, y pronto levantó vuelo, y se fue alto, en dirección al mar. Y lo miramos, irse, y lo perdimos de vista.

El diario Página 12 publicó la noticia, aquella que leyó Raúl Sebastián. “Ovni en Miramar”, decía el título, y continuaba luego con un desarrollo de los hechos acontecidos aquella noche en la ciudad balnearia.
La gente estaba en el centro, paseando, como cualquier noche de verano. Mucha gente en la costanera, mucha gente mirando hacia el mar. De pronto la vieron. Una enorme bola de fuego iba cayendo, y cayó. Las lanchas de prefectura hicieron un rastrillaje por el lugar, buscando restos de aceite, o algo que pudiera dar indicios de que podría ser lo que se había caído aquella noche. Un avión, tal vez. No encontraron nada. ¿Seres de otro mundo?, quien sabe. Un O.V.N.I. (Objeto volador no identificado) había sido visto por montones de testigos aquella noche, y las especulaciones a cerca de lo que podría haber sido empezaban a aparecer.

Nadie imaginó que tal vez era sólo un loco con un globo aerostático. Y lo más lindo de esta historia, apenas unos pocos, los que lo conocen bien, como Raúl Sebastián, pudieron tener la certeza, de que el que estaba detrás de todo eso era mi papá.

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