Santi me ha mandado éste relato para que lo publique, así que acá está, no hay mucho que agregar, sólo esperamos que aquel que entre a éste espacio lo disfrute!
Con el Catafalcón al Brasil
La salida
“El hombre paró en la estación de servicio y me pidió que le llene el tanque. Iba hasta Brasil, dijo. El auto, una rural Falcón verde estaba que rebalsaba de chicos, todos rubiecitos. -Se portan bien, son buenitos-, agregó el barbeta. -¿Y el auto?-. -El auto es prácticamente nuevo, del ’74-.
Era una Future motor 221. Bastante buena, pero no tan nueva. Estamos hablando del año ’81. Me acuerdo como si fuera hoy que antes de irse la señora contó los pibitos porque algunos se habían bajado para ir a mear. Era un familión.
La distribución viajera es sencilla. Padre y madre adelante con un bebé en la falda. Atrás, en el asiento los cuatro más grandes y en la caja, entre valijas, víveres y frazadas, los tres niños. En total, diez personas.
Gualeguaychú y el R 12
Acá llegaron con el auto fundido. Es más, no se cómo hizo ese motor para llegar andando hasta acá. Diga que el tipo tenía un pariente en el pueblo porque si no se lo tenía que dejar a algún desconocido o en un taller. Yo se lo revisé. Era un Renault 12 bastante viejo y vaqueteado. Si con eso pensaban llegar hasta Brasil estaban equivocados. Ni a Bentos hubieran llegado. El motor ya no quería más lola. Era un matrimonio con cuatro chicos, y andaba con otra familia, multitudinaria, que estaba en un Falcón. Yo creí que iban a conseguir otro auto, prestado, que se yo, nunca que se iban a meter todos en la rural. Era un espectáculo verlos entrar, a presión, no terminaban más. Me hubiera gustado, también, verlos salir. Se fueron.
La distribución viajera ya no es tan sencilla. Padre, madre, bebé en la falda y niño grande (de unos trece o catorce años), sentado en el medio (de ahora en adelante ese lugar será conocido como rompeculos aunque se interpongan entre él y el traste a apoyar la cantidad de almohadas o frazadas que se puedan buscando ser algo un tanto (sólo un tanto) mullido. En ese lugar, con las piernas esquivando la palanca de cambios que en ese modelo iba al piso, se ubica una persona más. Son cuatro entonces adelante. En el asiento de atrás dos adultos más, más tres chicos de los grandes. Y en la caja, entre valijas, víveres y frazadas, los siete niños restantes. En total: dieciséis personas.
Río Uruguay
En esa época yo tenía un puesto de choripán, paty, helados, bebidas, de todo un poco, ahí en el balneario municipal. Y estos vinieron en malón. Habían mandado al más grande con plata y repartieron los sanguches entre todos. Todos gringuitos los chicos, pero llenos de tierra. Después los ví que se bañaban en el río y al terminar la tarde se metieron todos en un auto cargadísimo. Si hoy le tengo que decir cuántos no se, pero eran muchos, como para andar en micro más que en auto.
El paisaje va cambiando. Ya a la pampa le crecen unas lomadas en Entre Ríos (cuchillas les dicen), y todo comienza a encharcarse en Corrientes. Y la tierra que comienza a arcillarse. Más agua y más verde, como el color de la rural, que va y va conducida por la ruta. Adentro se mitiga el calor con ventanas abiertas, y el amontonamiento con ganas de ir de vacaciones, de meterse al mar. Los que se ponen de mal humor tratan de ocultarlo. Duermen. El resto se suma al alegre caos.
La frontera
A mi me dio un poco de pena no poder dejarlos pasar. Imagínese, no se cuántos chiquitos metidos como sardinas en un auto verde. Iban todos como si fueran un rompecabezas. Donde aquel levantaba las rodillas el otro metía las patitas, todos los hombros eran almohada para el de al lado. El auto lo manejaba un flaco barbudo que tenía unos anteojos a los que les faltaba uno de los vidrios.
El tema es que uno de los matrimonios no tenía la libreta de matrimonios y nadie entra al Uruguay con chicos y sin ese documento. La ley es la ley. Discutieron, clamaron, pero no pude hacer nada. Los más chiquitos lloraban y los grandes tiraban piedras en el río desde el puente. La señora me pidió agua caliente para la mamadera de la nena, una rubiecita hermosa con carita de galleta.
No me olvido más. Al final se fueron. Iban a intentar entrar directamente al Brasil por Paso de los Libres. Los chicos se metieron en el auto y se pusieron a cantar. Qué entusiasmo.
Paso de los Libres
Acá llegaron a las piñas. Cuando se bajaron en el estacionamiento del hotel se ve que los chicos estaban cansados del viaje. Ya era de noche y se ve que se habían podrido de estar ahí adentro. Había dos que se peleaban especialmente, uno de rulos lo hacía calentar y el otro respondía con piñas. Me pidieron unas piezas y preguntaron donde podían comer más o menos barato. Yo les recomendé una pizzería.
Miré, acá tengo los libros, yo guardo todo, los registraros de ese día. Gente loca. Temí que me taparan los baños, pero por suerte no fue para tanto. Al final eran chicos buenos.
Otra frontera
Yo los dejé pasar porque no me pareció que entraran al Brasil a delinquir, si por ahí para vender algún chico, porque traían un montón. Recuerdo que a alguna de las parejas le faltaba algún documento, pero no era tan importante como para no dejarlos ingresar. Y ¡no sabe!, esos chiquitos con las narices pegadas al vidrio, ¡no pude negarles el permiso!
Uruguayana
Un malón llegó caminando hasta acá. A mi no me alcanzaban las mesas para tantos pero no me iba a perder ese negocio. Era tarde y había entrado poca gente y eso que en ese tiempo cruzaban todos los argentinos para Brasil. Pidieron pizza, faina, gaseosas y cerveza.
La ciudad siempre fue un típico lugar fronterizo, con lenguas cruzadas, contrabando y turismo hacía Brasil y las Cataratas. Así que veíamos de todo. Aunque esa cantidad de chicos me sorprendió. Por supuesto apenas dejaron propina y no sobró nada: se comieron todo. Los más chiquitos se dormían en las sillas y los grandes se revoleaban servilletas mojadas. Las chiquitas se reían. Eran un montón. A Capao da Canoa iban, según recuerdo.
Hotel Bassani
Llegaron de noche y yo los conocí a la mañana porque estaba en el salón comedor, donde se servía el desayuno, que era libre. ¡Lo que comieron esos críos!, ¡con qué apetito! No quiero mentirle pero un kilo de jamón y otro de queso seguro. ¡Y la leche, y los jugos! Eran un montón, hermosos y voraces. A uno, tan rubiecito, le acaricié la cabecita y temí por mis dedos. No, mentira, eran buenitos, pero con un apetito. Desayunaban hasta que se terminaba el horario y los padres tampoco se quedaban atrás con el café con leche y las frutas. Es el aire de mar, ¿vio? El aire de mar que abre el estómago. Después se portaban bien, casi no estaban. Se iban a la playa, y salvo por algún pelotazo haciendo temblar algún vidrio, no tuvimos más quejas de esos chicos. ¡Cómo comían! Eso es lo que más recuerdo.
A la praia
Nosotros les jugamos un picadito. Eran blanquitos, flaquitos y arrogantes como buenos argentinos. Eramos niños aún. Ellos cuatro y nosotros otros tantos. Salió el desafío. Sinceramente, creímos que como expertos en la materia playa, les íbamos a ganar con samba, pero resultó un partido parejo. No recuerdo el resultado, sí que fue duro y peleado y que, aunque niños, ya se sentía la pica de siempre contra los argentinos. Un auténtico clásico.
Yo les vendí abacaxi y choclo. Eran una multitud de niñitos jugando en la playa, todos parejitos, todos iguales. Me pregunté en qué habrían venido porque en un solo coche seguro no entraban.
Esa temporada me había tocado de guardavidas en Capao, que aún no era el paraíso gay, como lo es ahora, donde no se vería semejante chiquijerío. Estaba en mi lugar de frente al mar cuando uno de los argentinitos, uno rubio rubio con el pelo cortado tipo taza salió del agua con el visor del snorkel puesto y sosteniendo un buen exponente de sorete. Pobre, ese había sido el resultado de su primera incursión en el buceo. Un poco se reía como los demás, un poco rabiaba su buena suerte. No se que pasó, o las aguas del Atlántico ya dejaban de ser tan limpias o algún otro bañista había soltado aquello más allá de la rompiente.
Carnaval
Había uno que parecía estar en el carnaval de Río por lo contento y emocionado. El festejo nuestro tiene su color y su efervescencia, pero es el de un pueblo chico, un lugar tranquilo. Pero para los chiquitos era grande grande. O mais grande. Yo vendía máscaras y a uno de ellos el padre le compró la del Increíble Hulk. Vieran cómo andaba de contento el cabezoncito con la cara del monstruo verde. Los demás lo cargaban y el hacía como si se desgarrara la ropa.
Pelotas
Bajaron no se cuántos de ese auto. Todos rubios tostados llenos de sal y arena. Jorobaban con eso con que joroban todos los argentinos que vienen por acá. Comemos en pelotas, dormimos en pelotas, decían y reían. Y sí, si el pueblo se llama Pelotas.
Porto Alegre y el dos por uno
En esa época el cambio les favorecía a los argentinos. Entonces en las tiendas nosotros vendíamos de todo y ellos se llevaban. Esa familia parecía un contingente de tantos que eran. Acá compraron más que nada lápices y cosas para la escuela. De a montones, claro.
Café café
Al principio no sabíamos que hacían allí detenidos en la ruta. Después nos dimos cuenta, estaban juntando granos. Nosotros los pasamos despacito, había no se cuántos niños en la banquina mientras los grandes juntaban el café que se había caído del portaequipajes, donde una gran bolsa se había roto.
A los chicos se les había ocurrido juntar latitas vacías de cuanta bebida encontraran. En Argentina, en ese entonces, ese tipo de envases eran una rareza. Llevaban cientos diseminados por todos los rincones del auto. Eran, a simple vista, el cargamento más cuantioso que cruzaría la frontera, aunque debajo de los asientos las cajas de lápices Faber de 36 ocupaban su buen espacio, al igual que el café (el que no se había caído y el que sí y había podido ser recuperado)), y la ropa, sobre todo Hering, que estaba barata y era buena.
Gendarmes
Cuando les hice abrir la portezuela de atrás de la rural Falcón en la que llegaron hasta nuestro puesto, y entre tanto chico aprisionado entraron a rodar latas y latas de gaseosas y cervezas, decidí no requisar demasiado. No había allí espacio para gran contrabando. Recuerdo acordar rápidamente con el flaco que manejaba el paso y dedicarme a otro vehículo. Revisar aquello habría sido demasiado.
El auto
Hice unos cuantos viajes más. Y cuando digo unos cuantos son unos cuantos en serio. Recorrí todo el sur de la Argentina, fui a Córdoba, a Santa Fe, anduve por las pampas, las sierras, el desierto y las montañas. Vi el Atlántico y me estacioné a los pies del gran Lanín. Pero nunca más cargué a dieciséis personas como aquella en que fui al Brasil. Fue aquello demasiado para este pobre Catafalcón. Fue su gran prueba de fuego. De allí en adelante cualquier cosa fue posible.
Con el Falcon y el Lanín, en un viaje realizado dos años después, en 1983.
1 comentario:
Excelente el relato! Nunca me di cuenta (hasta hoy) de que me cargaban por la careta del increible Hulk. Para mi, la careta me daba la fuerza del increible :-)
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